De la internet de consumo a la internet de producción

Por Jorge Velázquez
Especial para BAE Negocios

Las redes sociales en Internet están en pleno auge y millones de usuarios en Argentina y el resto del mundo dedican enorme cantidad de tiempo a compartir fotos, comentarios, recuerdos, experiencias. Pero en simultáneo es cada vez más extendida la tendencia a convertir a la web en una herramienta o un medio que facilite la generación de productos o contenidos factibles de ser valorizados.




Esta mutación que implica pasar de una Internet de consumo a una Internet de producción está siendo objeto de un seguimiento atento en el país, tanto por las empresas como por el Gobierno. Ambos ven en este perfil la oportunidad de generación de nuevos negocios y, en consecuencia, más empleos en una economía donde los sectores productivos tradicionales están expulsando mano de obra.

La experiencia de Airbnb -el sitio a través del cual se puede contratar alojamiento en casas particulares- es tomada como paradigmática del paso de la internet de consumo a la de producción.

Quien contrataba una habitación de hotel para hospedarse como un mero consumidor, ahora tiene la oportunidad de rentar su propia casa o parte de ella y con lo obtenido alquilar alojamiento en cualquier lugar del mundo que desee visitar. De eso se trata en definitiva el cambio: la posibilidad de consumir y producir.

“El concepto de Internet de producción o de consumo resume la disyuntiva sobre cómo nos vamos a posicionar como país frente al fenómeno de la transformación tecnológica. Si sólo vamos a ser consumidores o si vamos a asumir un rol protagónico como productores de tecnología. Internet no es un medio en si mismo, sino una tremenda herramienta que cambia el modelo de negocios. Hay actualmente un tsunami tecnológico. Si no aprendés a surfear esa ola, te va a pasar por arriba”, explicó a BAE Negocios Aníbal Carmona, presidente de la Cámara de la Industria Argentina del Software (CESSI).

Airbnb cambió el paradigma tradicional capitalizando el concepto de hospitalidad y ahora tiene una presencia mundial que la hace más grande que las mayores cadenas hoteleras internacionales. Pero no es el único caso. El transporte es escenario de la pugna entre lo nuevo y la cultura que resiste la llegada de la competencia tecnológica. Uber ha sido seguramente el caso más difundido. Su núcleo de negocios reside en permitir que el propietario de un vehículo obtenga algún dinero extra transportando pasajeros en sus horarios libres. Existen también muchas aplicaciones que permiten que los conductores puedan compartir recorridos con desconocidos a cambio de compensar los gastos de combustible y otros costos.




Este tipo de experiencias actuales en la web se extendió a innumerables actividades y ha dado lugar a la proliferación de los “prosumidores”, un acrónimo que reúne las palabras productor y consumidor en una sola. El término no es nuevo, pero en esta época logró corporizarse como nunca antes. Fue acuñado por el futurólogo Alvin Toffler en su libro “La tercera ola” (1980), que desarrolló la idea de un sujeto que combina el rol de productor con el de consumidor.

“La internet de la producción lo que está diciendo es si yo paso conectado 12 horas de las 14 horas que estoy despierto en un día, está bien que 3 horas sean de diversión o de uso de redes para tener reputación social, porque a la gente le gusta la taberna cibernética. Pero me queda un resto de 9 horas diarias que puedo repartir en un montón de actividades. Esto es lo que está pasando ahora, irrumpiendo nuestro mercado con free lancers trabajando en nuestras compañías, y a eso la nueva generación o millennials ni siquiera se lo imagina como una falta de lealtad”, completa Carmona.

Hasta ahora, los cambios tecnológicos daban lugar a la sustitución de tareas y productos. Por ejemplo, la venta on line de música reemplazó a los discos. Eso fue considerado una evolución. Pero la aparición de servicios como Spotify -que ofrece el acceso a toda la música on line a cambio de un fee mensual- cambió el paradigma de la forma en que consumimos música. Esto significó una transformación tecnológica radical. O una revolución, según los expertos. Algo parecido ocurrió cuando la Internet comenzó a ser utilizada para generar reservas de hoteles, sustituyendo las prácticas tradicionales de los agentes de viajes. Pero el surgimiento de Airbnb fue más allá, porque implicó una transformación de todo el negocio de hospedaje. Otra experiencia que revolucionó el concepto que la antecedía.

El impacto de esas experiencias trasciende incluso su propio mercado y afecta a otras actividades vinculadas. “Las aseguradoras enfrentan situaciones nuevas y sin antecedentes como, por ejemplo, las que generan casos como Uber o Airbnb. ¿Cómo se asegura un inmueble que tiene una habitación destinada al alquiler a un turista extranjero? ¿Qué tipo de póliza deber contratar un auto donde el dueño lo conduce de lunes a viernes para uso personal pero el fin de semana se gana unos pesos extra manejando para Uber?”, plantea a BAE Negocios el empresario Fernando López Orlandi, directivo de Piramide Technologies.

La profundización de la transformación tecnológica lleva incluso a plantearse situaciones casi inverosímiles para los consumidores. En una reciente jornada de empresas de tecnología se habló de bancos totalmente digitales, sin empleados ni sucursales. Contratos de servicios o ventas sin intermediación de abogados o escribanos. Chequeos médicos básicos a cargo de robots.

¿Esto significa que cada vez habrá menos trabajo humano y que la tecnología sólo traerá desocupación? La respuesta que todos los especialistas se apuran a dar es “no”. Y explican por qué eso no pasará. “Desde la primera revolución industrial, con la aparición de los luditas que se dedicaban a destruir las máquinas, y en las siguientes, siempre hubo temor a la pérdida de empleos y sin embargo eso no ocurrió. Lo que hubo fue una transformación del empleo. Y eso es lo que pasa ahora”, sostuvo Débora Slotnisky, quien expuso su punto de vista en el seminario “Transformación digital: el futuro del empleo”, que organizó la Cámara del Software la semana pasada.
“Es cierto que las nuevas tecnologías están terminando con los puestos de trabajo que requieren menos habilidades, los más rutinarios, automatizados. Y algunos cognitivos también. Pero también se están creando muchos empleos. Hay muchas especializaciones sobre las cuales todavía ni siquiera existe formación. El conocimiento avanza en el mercado más rápido que en la academia. Eso requiere una capacitación continua”, añadió.

El ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, en el mismo encuentro sostuvo que “hay un mercado laboral creciente pero en áreas que antes no existían. Por caso, un estudio afirma que más de la mitad de los egresados en Estados Unidos trabajan en carreras inexistentes cuando empezaron a estudiar. Esta es la velocidad del cambio que estamos presenciando”. Y a caballo de esto, dijo: “Debemos pensar qué contenidos tenemos que introducir en la educación para que las generaciones que van a estar entrando en el mercado del empleo tengan un futuro digno”.

Según las cifras que maneja la CESSI, en 2016 el sector registró un aumento promedio de 3,1% en el empleo. Sin embargo, pese a que la industria del software incorporó a 2.800 nuevos profesionales, quedó una demanda insatisfecha de más de 5.000 posiciones que no pudieron ser cubiertas porque no lograron encontrar personal con la calificación requerida. Además, la Cámara proyecta que este año se necesitarán cubrir 12.800 puestos de trabajo y anticipa que tampoco podrán llegar a esa cifra.

El desarrollo tecnológico también enfrenta a sus propios animadores con paradojas y contradicciones. Mientras crece la resistencia de sectores tradicionales como los taxistas de la Ciudad de Buenos Aires ante la llegada de Uber, entre algunas compañías tecnológicas comenzó a manifestarse una preocupación por cierto tipo de competencia desleal. Ellas también denuncian un grado creciente de “uberización” (como nuevo sinónimo de precarización laboral), ya que Internet favorece una proliferación de profesionales que ofrecen servicios “free lance” que no pagan impuestos ni cargas sociales, mientras las empresas formales soportan todo el peso fiscal de contar con una plantilla estable de trabajadores.

Publicado originalmente en diario BAE Negocios @jorgelvelazquez

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