Carta de presentación

Permítanme que me presente. Mi nombre es Jorge Luis.

Mi historia empezó en Buenos Aires, y se los digo así porque me niego a aceptar que un individuo nace en un único lugar y permanece atado para siempre a esa geografía que no eligió.

Si es por lo que otros dicen de mí, debería considerarme centenario, pero ya hace mucho demostré que la edad de los hombres significa poco frente a lo inconmensurable del tiempo.

Mi patio de juegos estuvo entre letras y palabras. Me relacioné con ellas con el respeto adecuado y aprendí a encontrarle a cada una su melodía. Cuando dejé de verlas no las extrañé. Seguían conmigo, resonando con la musicalidad de un poema o un tango.

Pueden creer, si quieren, que la desdicha fue mi alimento principal. Y no se los voy a negar. Pero les aseguro que la felicidad siempre estuvo ahí, escondida en la penumbra de algún arrabal, aunque exige un precio alto para quien la pretenda.



Mi memoria es corta, por eso hay otros que se ocupan de administrar mis recuerdos, darles existencia, de nutrir mis sueños.

La historia dice que mi tumba está en Ginebra, aunque les aseguro que mi espíritu merodea el sur de esta ciudad llamada Buenos Aires. Pueden buscarme por ahí, en el límite borroso entre Constitución y Barracas, entre unas calles empedradas que tal vez ya no existan o quizás nunca existieron. Quisiera darles más precisiones, pero no las tengo.

Sepan ustedes disculpar mi ignorancia.

Publicado originalmente en diario Clarín. @jorgelvelazquez

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